Relato corto

Escritor seleccionado. 

Mañanas y tiempo estático



Todavía no he corrido las cortinas del salón y el tiempo se detiene, sigue parado, pegado a las tazas pegajosas,a los platos con huevo y pasta flanqueados por sus séquitos de "Camellos" y "Winstones" 
Sigue empujando los parpados hacia abajo guiándote hacia atrás...
aminando de espaldas,
pronto estarás en el lugar que corresponde.
Mañanas blancas de las que cuesta mirar a la caras, r
utinas solidas, incertidumbre, días perfectos...




El frío se acerca lentamente,
quiero sentir el frío de esas mañanas en la cara 
fumarme un cigarrillo mientras espero las luces del coche 
desayunar un café caliente en el bar 
mientras, debiera estar en otro sitio 
pensando en el menor de mis problemas 
acabándolo felizmente 
en una caja cerrada, 
en otro paquete de cigarrillos 
y el peor 
café 
de 
la ciudad.































The Irish Xisco Arteaga


Escritor seleccionado. 


MICRO RELATO DEL GUSANO DE SEDA
Gloria Díez (La Maga)
                          


El día del fin del mundo, Inés había abierto la caja de los tesoros. En su interior encontró ausencias, olió el papel mojado de todas las noches sin dormir y los collares de cuentas que sumaban tardes de sol, amores perdidos y miradas encontradas. Pero qué importaba todo aquello pensaba, si no era más que una lata oxidada con los restos de un pasado escurridizo y gelatinoso. Ahora tenía la obligación de mirar hacia otro lado y de tragarse una a una las palabras que no quiso decir, que ya nunca pronunciaría y que acabarían formando una espiral de letras retorcidas en sus entrañas. Así que se vistió de negro y cruzó el umbral de la puerta para encaminarse con paso firme hacia el jardín en el que descansaban los arcos y las flechas de los niños perdidos. 

Era lo que tenía que hacer, lo que todo el mundo hacía en algún momento y para lo que nadie estaba preparado. Qué sencilla era la vida cuando otros dejaban migas de pan en el sendero para que ella las siguiera obediente y siempre supiera cómo regresar. Ahora que el camino de baldosas amarillas comenzaba a desdibujarse bajo sus pies y que sabía que el mago de Oz había hecho las maletas, el futuro se le presentaba como un espacio opaco, en el que tendría que avanzar a tientas.

Cuando llegó al cementerio de hojalata algo le sobrecogió, era la densidad de los recuerdos. Sin embargo no había tiempo que perder, por lo que no vaciló cuando cogió la pala y comenzó a remover la tierra húmeda. Hizo un agujero del tamaño justo para que cupiera su cajita, que depositó con suavidad sobre la arena. Acto seguido, sacó unas tijeras y desgarró un pedazo de su sombra en el punto exacto en el que se unía a sus pies, para arrancársela de un tirón y doblarla con cuidado antes de cubrir la caja con ella y tapar el agujero. Esperaba que, si alguien volvía a aquel lugar después del fin del mundo, pudiera recomponer los pedazos de una existencia feliz y liberar su sombra para que caminase por los rincones a los que ella no podría llegar jamás.

Una vez terminada la tarea se sintió liviana, sin sombra y sin pasado avanzó deprisa por la ciudad, al ritmo de las personas que vestían con ropa oscura y relojes de pulsera que hacían un tic tac atronador. “Definitivamente el mundo se acerca a su fin” murmuró Inés antes de dejarse arrastrar por el abanico de grises que se desplegaba a su alrededor.

            El final marcó el paso al otro lado, cuando se derrumbaron los naipes de su castillo y la Nada llegó en forma de huracán para imponer el caos. Ella había decidido salir corriendo antes de que el viento también se la llevara, huir dejando a buen recaudo su equipaje. Pero a ratos una tristeza infinita recorría su espina dorsal. Estaba convencida de que se había dejado vencer, para encaminarse por los senderos que el ritmo de la vida le había impuesto. 

             Pero no iba a permitir que la tristeza le agarrase por dentro, así que tomó la determinación de no pensar en la que había sido antes de enterrar su sombra, y comenzó a percibir la transición del gusano de seda que está a punto de transformarse en mariposa. Ya no disponía de una varita mágica, ni del arte de birlibirloque, pero ante sus ojos se había abierto la posibilidad de convertirse en algo nuevo, de hacer otro tipo de magia con los relojes y con las rutinas. Dispuesta a fabricar una sombra a la medida del espacio que ahora ocupaba, se puso manos a la obra.

Todos los derechos de estos relatos son de uso exclusivo de los autores.

6-2-12


Escritor seleccionado. 


La suerte puede cambiar

Disfrutaba apaciblemente de un descanso en la cubierta de su barco, no era un yate como cualquier millonario hubiera tenido, era un barco de crucero reconvertido en la embarcación favorita del millonario Dionisio. Dionisio se jactaba de haber estado con más de 3000 mujeres a lo largo de su mediana edad, y no le faltaba razón. No es que fuera guapo, todo lo contrario, era un orondo ricachón que pagaba a sus concubinas, mentir, no mentía. Este personaje era un déspota y siempre estaba receloso de cualquier persona que le pudiera hacer sombra. 

Como era lógico y normal, no le gustaba la soledad, no servía de nada presumir ante uno mismo. Por esa razón había invitado a unos cuantos "supuestos amigos" a disfrutar un viaje de placer. De repente surgió un juego casi por azar, consistía en lanzar los huesos de las aceitunas que había en los "martinis" dentro de uno de los flotadores a una cierta distancia. Resultó que casi todos eran poco habilidosos, hasta que uno de los chicos del servicio del barco, se decidió. Se alejó más de 10 metros y con toda la fuerza que pudo, lanzó el hueso de oliva. 
Todos se quedaron maravillados, tuvo mucha suerte y lo logró.

La gente estalló en un aplauso hacía el "mozo" encargado de llevar las copas, que se había convertido en el héroe de tan improvisado entretenimiento. Dionisio no aguantó más sus celos, levantó su mullido cuerpo de la hamaca y con un gran esfuerzo se comió la carne de la aceituna  dejando solo el hueso. Todos le miraron expectantes. Parece que iba a intentar lo imposible, lanzar el hueso con la boca desde la misma distancia que el muchacho pero sin utilizar la mano. El gordo ricachón cogió todo el aire que pudo para acumular  más presión, pero se pasó, de fuerza. De un color pálido, pasó a uno rojo, del rojo al morado, y del morado a la muerte. Entre estertores y caras asombradas murió el vanidoso de Dionisio.  

Víctor Martínez Ruiz

23-1-12


Escritor seleccionado. 

Que amable.

Corría por la calle como si le fuera la vida en ello y quizás así fuera. Sus pulmones estaban a punto de estallar y el cansancio se colaba por todos los poros de su piel. Tuvo que esquivar los diversos obstáculos situados en la acera  y a punto estuvo de caerse al suelo.

Se le nublaba la vista, los mareos no le dejaban avanzar a la velocidad que él deseaba. ¡Por fin! ¡El fin! ¡Al fin! Divisó una figura reconocida que supondría el final de su carrera y de su desesperanza.  Pero la adversidad se impuso y a pocos metros de ella, se desplomó a consecuencia de un resbalón.
Tímidamente ella le ayudó a levantarse y le acarició en los rasguños de su cara, después entablo una conversación.

-¿A dónde vas con esas flores?
-Pues quería dárselas a la primera chica que viera, después de desfallecer.
-Creo que me las tienes que dar a mí.
-Con mucho gusto señorita.
-¿Porque lo hacías?
-Para saber que la chica a la que invitará a salir fuese amable y me ayudará a levantarme a lo largo de nuestras vidas.
-Tranquilo, que vas muy deprisa, pero esta noche, cenaremos juntos.



Neil McGowen

16-1-12


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Solo una vida.


Desde el principio sabía que mi vida acabaría mal. Nunca supe lo que significaba la infancia, es más, no descubrí la existencia de esa palabra hasta los doce años. La leí accidentalmente en una revista occidental y me sorprendí de lo que hacían los niños. El amor me llegó a los quince, cuando luche junto a ella en unos yacimientos de coltán. Era preciosa e inteligente y nos enamoramos rápidamente. Ahora con dieciocho es ella quien está delante de mí con lágrimas en los ojos, antes de apretar el gatillo. Nuestro jefe manda, es la guerra y así lo quiere.  


Víctor Martínez Ruiz
9-1-12


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La duda


La mañana trajo consigo la duda. Se despertó estupefacto sin saber muy bien donde se hallaba. A su lado una botella de whiskey vacía, le recordaba porque le dolía la cabeza. Se incorporó como pudo y se volvió a caer sintiéndose todavía débil. Durante el segundo intento tuvo más suerte y pudo acercarse de manera lenta, pero más segura, al despacho de la mansión. 


El se encontraba confuso, no sabía lo que había ocurrido con su padre, pero lo cierto es que allí estaba postrado sobre el sillón de su escritorio. Su padre había sido una gran persona de fuerte carácter, con grandes amigos y enemigos. Cualquiera le hubiera querido matar y cualquiera le hubiera salvado.


Moralmente pensó que resolver el misterio era solo una pequeña deuda con su familia. Por lo que se puso a investigar.Analizando el carácter del difunto, se dio cuenta de lo irascible y colérico que fue. 


También de las continuas palizas que de pequeño recibió y los desprecios que con tristeza asumió. Escudriño el lugar y halló un pelo rubio lacio y largo, además de unos pelos de barba pelirrojos.  Después con más detenimiento se fijo en las marcas del suelo, hechas por un pie con cojera. Cansado detuvo la búsqueda y se fue al baño a refrescarse con agua. Cuando vio su rostro en el espejo se asustó.


Pelo rubio, largo y lacio, también barba pelirroja. Lo peor vino cuando se fijo en su pierna  y se acordó de la cojera producida por una paliza de su padre. Ya recordaba la noche pasada, con el alcohol y el frenesí, terminó lo que hace años planeó. La venganza se había consumado, solo sentía no haberla disfrutado.

Víctor Martínez Ruiz

Escritor seleccionado. 
2-1-12
Recuperando el estilo del relato corto pero expresivo, ahora viene el de esta semana, sobre abogados.


Por fin llegó el día de la graduación, los elogios y alguna alegre palabrota fueron dirigidas al recién licenciado en derecho. Lucía con orgullo el tan ansiado birrete, aquel ridículo gorro con funcionalidad solo ceremonial. Su debilidad era la criminología y su pasión defender las causas perdidas.


Sobre la mente de los asistentes un pensamiento empañaba el alegre acontecimiento. La crisis era brutal y el trabajo muy escaso, ya no valían ni los contactos, ni la pedantería y el halago. Con una reciente boda a sus espaldas y una sobrada motivación, seguía sin tener buenas perspectivas laborales.


A todo el mundo le dijo que no se preocuparan por él, que sabría sacarse las castañas del fuego. A media tarde la policía llegó. Tras la detención y mientras entraba sonriendo en el coche, gritó a los invitados.


-Os lo dije, no me faltaría trabajo.
Había matado a su mujer. 


Víctor Martínez Ruiz
25-12-11


Escritor seleccionado. 



Es mucho todo lo que puedes averiguar de alguien
observando los libros de una simple estantería.
Ya sea en el salón, en el estudio, la cocina, las habitaciones...
Eso pensaba yo...

Solamente necesitaba tres caladas, un trago largo del mejor whiskey que pudiera encontrar en el mueble bar de aquella casa y esos preciados segundos que suceden al evaporarse; luego realmente, no tendría un reflejo entero de mi anfitrión, solo una pequeña aproximación. Es decir, podría encontrarme con el "Mein Kampf" y eso no convertiría a nadie en un nazi, o bien, también podría ser el "Manifiesto Comunista", del mismo modo ese perro viejo no era un comunista,simplemente un bufón, si, eso si lo era, estoy seguro de ello.
Tenia libros, muchos libros...

Libros sobre la tierra, el mar, las corrientes de aire, religión, meditación, política, incluso algunos de la generación perdida. No era una librería transparente, no como otras que había visto antes. Esta era grande y lujosa, llena de tomos de enciclopedias totalmente nuevos, de tapas gruesas y nada desgastadas;
nada podía decirme aquel montón de libros sobre el anfitrión.

Sonaba música desde el tocadiscos vintage de la sala. La gente recorría la casa embriagada por aquel crianza, bailaban al son de la música del año, devoraban la carne...El señor anfitrión sabía como moverse en círculos. Pensé en fijarme en los discos, pero con los discos es diferente, solo hace falta tenerlos, si los tienes ya eres todo un rey.

Yo no soy objetivo con los discos y aquella noche era imprescindible serlo.
- ¡Te veo seco! Puedo invitarte a uno de mis mejores whiskeys. Esta ahí en el mueble bar, sírvete -
Esa mirada del anfitrión junto con aquella sonrisa desveló lo que ya sabía: yo no era el único en atravesar cabezas ahí. ¿Sabía entonces algo sobre mi saqueo a esa botella? ¿Se reía de mí o solamente se comportaba con esa amabilidad forzada que tan hábilmente repartía entre sus huéspedes? Cogí el whiskey y me serví mi cuarto vaso. Encendí otro cigarrillo.

Por un momento no recordé lo que había ido a hacer allí, estaba confundido entre discos, libros y todos aquellos cuerpos de escultura moderna. La realidad resultaba extraña mezclada con aquel whiskey de doce años.

Las sombras se volvían aun mas negras, la luz mas brillante y yo, parecía un "photoshop" borracho. Vomité en la piel de aquel oso que servía de alfombra pero la suerte estaba conmigo y nadie admiró aquel espectáculo. Solo una chica de pelo negro advirtió mi presencia en aquella sala vacía. Caminó hacia mi al ritmo de aquella mierda de música, me ofreció una copa de aquel crianza, pero yo nunca supe apreciar el vino que, en ese momento, me supo a ácido y whiskey.

- ¿Qué haces aquí tan solo? - preguntó.
- Trato de entender que me diferencia de ese hombre -
- ¿Solo eso? -
- Logró engañarme, no se como lo hizo -

La chica reía, parecía un ángel salvador en mitad del kaos. Su pelo, sus pechos y aquellas piernas... Volví a beber whiskey. Me miró a los ojos y luego me beso.

- Ha sido todo un placer - dijo.

En ese momento su mano cerrada golpeó mi cara, el vaso salió disparado contra la misma alfombra que ahora comenzaba a oler peor que en todo aquel rato. La chica del pelo negro salio corriendo a toda velocidad mientras mi vista se nublaba entre las enciclopedias del horizonte. Abrazada al anfitrión puede verla de nuevo llegando a la sala. Este comenzó a gritar como un desgastado animal, marcándome de borracho, indignado por que hubiese tocado a sus chicas, por su botella vacía y su oso desfigurado por el ácido, por mi silencio...

Consiguió echarme de allí a patadas con ayuda de un duro bastón de madera. Como el ganadero con los mansos, como el viejo que arranca la piel de sus perros a varazos en el garaje de enfrente de la casa de Adrián, como lacra etílica...Volvía a casa entre el frío del otoño y los coches de esos padres que recogen a sus hijas de las garras de la noche. Nada parecía responder a todas las preguntas que solía hacerme sobre el anfitrión, solo podía reptar por las calles como la serpiente expulsada del edén.

Ahora podía imaginarme al niño que llevaba dentro mirando los escaparates de las tiendas de música, con todas aquellas guitarras colgando fuera del alcance de mi mano. Entonces, todos esos libros de la librería personal del anfitrión comenzaban a cobrar un sentido. Todos aquellos discos cubiertos por el polvo, mientras la música que allí sonaba no era propia de ningún poseedor de antiguos vinilos, el whiskey perfectamente situado, aquella "million dollar baby"...

Todo encajaba como un macabro plan perfectamente estudiado al detalle, un camino por todas mis controladas debilidades que en el fondo, no parecían tan controladas para una persona que lo sabia todo de mí, desde mi nacimiento, hasta este devastado presente. Solo él, siempre arriba. Solo yo, controlando la situación desde aquel trono de falsa percepción absurda, rodeado de frutos caídos de un árbol del que yo no comería, pero cuyas raíces me habían abrazado mucho tiempo atrás.

Francisco Javier Arteaga




19-12-11
Escritor seleccionado. 

A NUEVE CENTÍMETROS DEL SUELO

Traté de no dejarme deslumbrar por la opulencia de la casa de mi primer paciente a domicilio aunque me resultó algo difícil. La mujer que me abrió la puerta, sospeché que la ama de llaves, me acompañó hasta una habitación enorme con unas vistas que me fascinaron: Barcelona se sumía a nuestros pies como un lienzo perfecto, entre la luz anaranjada del final del día de un sol que se escondía detrás de nosotros y con el mar enfrente, a través de una cristalera gigante que iba de pared a pared desde donde podría haber alcanzado cualquier cosa con mi mano. Entendí que el mundo en el que me había adentrado no tenía nada que ver con el que yo acostumbraba a vivir, de hecho, eran mundos equidistantes entre sí que jamás se cruzarían y eso me hizo sentir realmente extraña.

Las vistas me distrajeron de otra espectacular fotografía, esta vez real, pendida del techo y a unos nueve centímetros del suelo, que estaba perfectamente integrada en la estancia, como una extensión más de la pared en la que parecía apoyarse. Me giré a la izquierda y retrocedí varios pasos para poder admirarla con detenimiento. El primer vistazo me mostró a una mujer que apoyaba una de sus piernas en una silla.

 El fondo de la foto era negro y destacaba el contraste de los tonos blancos: la piel de la mujer, la tela de la silla; y los únicos rojos: sus labios y sus zapatos. Tenía el pelo largo, con ligeras ondas y le caía por el hombro. Sus ojos eran grandes y su mirada ausente. Su nariz era pequeña y algo puntiaguda y su boca, semiabierta, mostraba ligeramente unos dientes blancos y alineados.

El cuello era largo. Llevaba un vestido corto y ajustado que marcaba sus pechos y sus caderas, en contraste con unas piernas largas y delgadas. Tenía apoyado uno de los zapatos de tacón de aguja en la silla mientras lo tocaba con sus manos desnudas y descansaba la otra pierna en el otro zapato sobre la moqueta blanca.

Creo que pude enamorarme de aquella mujer a primera vista. Las puertas correderas se abrieron y me despertaron de mi asombro. Allí estaba ella: Daniela Bautista. Había cambiado mucho. Su piel ya no era tersa como en la foto, no tenía aquella melena ni el mismo cuerpo. De hecho, su rostro no era el mismo. Ahora era una mujer mayor, de setenta y dos años, postrada en una silla de ruedas por culpa de una artritis de rodilla crónica pero eso sí, calzando unos zapatos de tacón de aguja.

-¿Ha encontrado bien la casa? -me preguntó mientras le hacía señas a su criada, retirándose.

-Sí, ha sido fácil. Finalmente he preferido venir en taxi. -No pude apartar mi vista de sus pies.

-No se preocupe doctora, ya no me pueden hacer más mal.

-¿No son... los mismos? -los zapatos rojos estaban en perfecto estado.

-Sí, lo son. Claro que ahí los lucía mejor. Son unos court shoes del mismísimo Ferragamo. -Observó mi desconcierto- ¿No sabes quién es Salvatore Ferragamo?

-Creo que no -Contesté con tono dubitativo. Abrí mi maletín y comencé a sacar mis herramientas de trabajo. Como siempre, primero la temperatura y la tensión arterial.

-Increíble -pareció sentirse insultada. Se levantó la manga de la camisa para que pudiera colocarle el tensiómetro- Es, bueno, ha sido el mejor diseñador de zapatos de todos los tiempos. Que Dios lo tenga en su gloria -terminó diciendo en un tono más bajo.- ¿Sabe? Todos, absolutamente todos llevaron sus diseños. Imagínese, incluso Mussolini, que tenía los pies destrozados, él se los curó. No le digo más, que él mismo me contó una vez que Eva Braun se presentó en su taller rodeada de nazis, si...

-Señora Bautista, cálmese. No puedo tomarle la tensión así. Respire lentamente, tranquila. -la miré a los ojos y frunció el ceño.

-¡Es normal que me altere! Ferragamo, por el amor de Dios. El hombre más fascinante que he conocido en mi vida. No tengo fiebre -me tendió el termómetro.

-Perfecto. Su casa tiene unas vistas increíbles. Desde aquí no parece la misma ciudad.

-Pues lo es. Lo es. Sino fíjese en mí. La de la foto soy yo. Y entre la mujer de la foto y yo hay muchas diferencias. Pero somos la misma. Yo fui ella un día. -ahora hablaba bastante más calmada, incluso pesarosa.

-Bueno, esto es ley de vida. Aquí nada es para siempre. ¡Imagínese el aburrimiento!

-¡Oh, qué frío está ese cacharro! -le había colocado el estetoscopio, ella respingó- sobre todo si estás sola. Eso es lo que me faltó a mí, darme cuenta de que no era para siempre. -el ritmo de su corazón había descendido considerablemente, ahora estaba auscultando su pecho y espalda.

-Pero tiene sus Ferragamo -quise hacer una prueba.

-Ay mis Ferragamo. ¿Sabes que María Antonieta dejó caer al tablado sus zapatillas de raso oscuro cuando la guillotinaron? La acompañaron hasta la mismísima muerte -su corazón volvió a bombear potente y sentí asombro por el mecanismo del ser humano-. ¿Y Arreola, que le dedicó un cuento?. “Nos hacen falta buenos artesanos, como los de antes”.

-¿Cómo sabe usted lo de María Antonieta? -nunca me sorprendía lo bastante con las estridencias de la clase alta.

-Se subastó uno de los zapatos, la única pieza que se logró recuperar. Una fortuna -tosió.

-Está todo normal. Debe seguir tomando los calmantes y debería intentar nadar.

-Eso no sirve para nada -levantó la vista para admirar la foto.

-Tampoco le van a servir de mucho sus nueve centímetros... -agarré el bolso y me dispuse a salir. Sentí que Daniela no me había escuchado. Eché la vista atrás y la vi a contraluz. Me estremecí.

-Mírala. Un día yo fui ella.

Este relato es propiedad de Esther Sanz García. Prohibido su uso y/o distribución sin mención de la autora. 






12-12-11

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Era bien temprano y la mañana todavía no había asentado su presencia. Desde los barracones se podía respirar el ambiente festivo. El nuevo emperador Tito organizaba unos juegos honrando a su padre. Nosotros éramos parte del espectáculo que inauguraba el anfiteatro Flavio. Después de las Venatio y la ejecución de prisioneros, saldríamos a la arena. 

Allí estaba yo, un retiarius inexperto que se colocaba por primera vez su manica y su galera. A medida que pasaban las horas el olor a sangre y sudor impregnaba el ambiente. Siendo la primera hora de la tarde, me tocó el turno de salir. Un secutor me esperaba para darme muerte.

Le arrojé rápidamente la red y tuve la fortuna de acertar. Ya en el suelo, me coloqué encima de él para darle la estocada final con el tridente. El árbitro me hizo un gesto para que parara, el corazón me latía con ímpetu. De pronto recordé mi infancia en Britanía, los gritos de llanto de mi mujer ante la muerte, la esclavitud de mis hijos.


El público decidió, muerte pedían, muerte les dí. Giré mi tridente y atravesé mi corazón. Un corazón que ya estaba muerto. La gente abucheó mientras yo moría. 


Víctor Martínez Ruiz

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5-12-11
Jugaba alegremente por la pradera, con la inconsciencia de la niñez. Nunca se había alejado tanto, pero el ruido de un pequeño riachuelo la reclamaba. Era una zona desconocida en la que sus padres le prohibían entrar. Al lado de la corriente de agua se situaba un viejo molino. Su rueda no giraba y sus paredes estaban casi desmoronadas.

Una pequeña puerta estaba abierta y no se adivinaba a ver lo que había dentro. Su tamaño era minúsculo, y era difícil la entrada. Sin tomar ninguna precaución, la curiosidad pudo con la razón. Ella entró y se maravilló.
Una lujosa habitación estaba decorada con todo tipo de juguetes, los más maravillosos muñecos y las más sabrosas viandas estaban presentes. De repente una anciana con harapos le habló.

-Jovencita, hazme el favor de cuidar del molino durante unos momentos. Debo ir a comprar y no tengo nadie que lo vigile.

La niña asintió impresionada por la posibilidad de jugar con todo aquello. La viejecita se marchó y el tiempo se prolongó. Horas, días y años sin encontrar la manera de poder salir. Su pelo se tornó gris y su cara se arrugó. Hasta que un día de verano apareció una niña…   


Víctor Martínez Ruiz
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