Difícilmente olvidaría aquel día en el que le iban a conceder el premio internacional de la ciencia. Un premio que durante años había anhelado. Desde pequeño dedicó su vida al estudio y la formación. No se perdió ni un seminario, ni un coloquio, ni un debate del que pudiera aprender.
En el colegio se metían con él por lo raro de su comportamiento. Tampoco tenía hermanos con los que relacionarse. No le gustaba practicar ningún deporte, ni jugar en el parque con los demás. Hubo un niño que durante un tiempo intentó que compartiera su ocio, pero no hubo manera.
Cada vez más concentrado y ensimismado, llegó al instituto. Su presencia pasaba inadvertida entre los demás. No quería relacionarse, era feliz entre probetas y decantadores. Ansiaba el momento de reencontrarse con el laboratorio que en casa tenía montado. Tal era el grado de absorción, que ignoró a una bella chica que por él se interesó.
El progreso le llamaba. No existía nada en el mundo más atractivo que la ciencia. Por eso la universidad le brindó la oportunidad de ampliar sus medios de investigación, y nada más quiso de ella. Fue en esa época cuando murieron sus padres en un accidente de tráfico, no se inmutó. Ni un instante que perder, ni un momento que tirar. La ciencia debe continuar.
Artículos y revistas, ensayos y teorías. El tiempo fue pasando sin que nada en su vida cambiara. Los años fueron cayéndole como una losa. No lamentaba que su cuerpo se aviejara, si no la imposibilidad de investigar eternamente.
¡Eureka! El enigma había sido descifrado y la ecuación resuelta. El gran descubrimiento del Siglo. El paso de una era tecnológica, a otra más avanzada. Había conseguido desbancar a su gran rival. Alcanzar la gloria en el firmamento de los eruditos. Tocar con los dedos el tan ansiado cielo.
Se colocó el smoking y se puso la pajarita. Estaba orgulloso y radiante de felicidad. Tan solo quedaban unos segundos para que dijeran su nombre y saliera a la palestra. Allí se encontraban todo lo más granado del panorama de las ciencias, incluso su más directo competidor al que había humillado.
Escucho las palabras del presentador que le invitaban a salir. Contento, se acercó hasta el pulpito y allí se dio cuenta. No tenía a nadie a quien dedicar el premio, a nadie a quien agradecer que estuviera junto a él. Nada que hacer después de la gala. Con un suspiro empezó a hablar.
Este premio se lo dedico a mi rival. Una persona que me ha superado. Ha sido capaz de crear una familia y de vivir plenamente. De sentir la ciencia, pero también de ser hombre. Un padre que aunque triste por la derrota, encontrará consuelo en su mujer e hijos. Cuidara de sus padres cuando sean mayores, y sus hijos harán lo mismo con él. Pido un aplauso, para un hombre de verdad.
El auditorio estalló en aplausos mientras el abandonaba el recinto llorando.
seudónimo: científico loco
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